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CAPÍTULO 1
Sentía una fuerte molestia, que rozaba el umbral del dolor, entre las nalgas de mi trasero, mientras me hallaba sentado en aquella incomoda silla de madera. ¿Como había llegado allí? no podía saberlo pero, desde luego, no en muchos sitios se encuentra una habitación en penumbras rodeada de velas aromáticas. Los únicos elementos presentes en la habitación eran, frente a mi, una sobria mesa de roble sobre la cual descansaba una cámara de video, y a mi espalda, una robusta puerta de metal con una ventana redonda incrustada en ella, que permitía ver el exterior y a su vez, ser contemplado desde fuera. Curioso, paredes acolchadas. Pero lo que mas me llenó de pavor fue, cuando me arremangue las mangas de mi especie de mono de color rosa que llevaba puesto en ese instante, descubrir aquel tatuaje en mi antebrazo derecho. El tatuaje era una suerte de corazón atravesado por una flecha en cuyo interior se podía leer D x A. Aquel descubrimiento me llenó de incertidumbre, ¿cuando me había hecho ese tatuaje? ¿Quienes eran D y A? y lo mas importante ¿desde cuando me gustaba a mi el color rosa? Y fue al realizarme estas preguntas cuando me di cuenta de que no tenía ni idea de quien cojones eran yo.
En ese instante la puerta se abrió, y entró en la habitación un señor de escasa estatura con bigote, de unos 40 años, que me resultaba extrañamente familiar, acompañado de un fornido hombre de la mitad de edad con aspecto de segurata. El hombre portaba un trípode, sobre el cual acopló la cámara, que encendió y puso a grabar, retirándose posteriormente junto a la puerta.
El señor del bigote se sentó en una silla cara a mi y habló:
-Buenas, soy el doctor Aniceto, y doy por iniciada la... "sesión".
¿La sesión, que sesión? me pregunte asustado. ¿Que terribles experimentos me tenia preparado el doctor Aniceto? pero entonces reparé en una cosa. El nombre del doctor empezaba por A, como el que se encontraba inscrito en mi tatuaje. Y entonces lo comprendí todo. Las velas aromáticas esparcidas por la habitación, la estancia en penumbra, la cámara de video grabándonos, paredes acolchadas para silenciar gemidos y sobre todo, el fuerte dolor en mis posaderas... aquel señor de mostacho prominente y yo éramos sin duda amantes. La sesión consistía sin ningún margen de error en un encuentro carnal entre ambos. Ahora comprendía la utilidad de la ventana de la puerta. Malditos voayeirs.
Por lo visto aquella era una práctica muy cotidiana, asi que seguramente me ganaba la vida ejerciendo en esto. De modo que sin mas preámbulos, decidí tomar la iniciativa, y ni corto ni perezoso, me abalancé sobre el y le planté con pasión un beso de tornillo en la boca del buen doctor, sintiendo su mostacho rozando mis labios.
Pero para lo que no estaba preparado, sin embargo, era para la soberana ostia que sentí bajo mi pómulo izquierdo, que me hizo dar de bruces contra el abrillantado suelo, que olía a limón.
Todo lo que en medio de mi creciente confusión atiné a decir fue a formular la siguiente pregunta:
-Pero que sucede... ¿acaso nos va el sado?
-Señor, que estoy felizmente casado y soy padre de tres hijos.
-Ya es la quinta vez que pasa en lo que va de semana- alcancé a escuchar murmurar a "espartacus", el segurata de la puerta.
-Entonces... ¿solo soy una aventura para usted? dígame, ¿es eso?
-Válgame el cielo... No tengo ninguna aventura con ninguna persona, ni mucho menos con usted, así que haga el favor de sentarse y de olvidar este desafortunado incidente.
-Entonces, sino somos amantes, ¿quien es usted?
-Como ya le he dicho con anterioridad, soy su doctor, y usted mi paciente, y dado que ya no me recuerda, creo que vamos a tener que comenzar de nuevo, otra vez, el puto tratamiento desde el principio, que contando esta, ya van 25 veces.
-Claaaroo, "doctor". Entonces explícame ¿porque hay velas aromáticas desperdigadas por toda la habitación?
-Estamos en una época del año con mucha tormenta y, desafortunadamente, un rayo partió anoche en dos el mandarino del jardín, con tal mala suerte que impactó en el generador de corriente, por lo que estamos sin electricidad.
-Ya... ¿y que explicación le podrías dar al mono de color rosa?
-La pobre señora Gertrudis, encargada de hacer la colada, esta ya algo mayor y no se ve ya bien, por lo que sin querer, mezcló la ropa blanca con su braga-faja de color rojo.
-Bien, pero dígame doctor, de no ser amantes ¿como se explica sino el punzante dolor ubicado en mi retaguardia?
-Hemorroides, estimado paciente, son almorranas. Se las detectaron hará hoy tres días. Permítame decirle que en toda mi vida he visto un informe médico tan escalofriante como el que se me presentó en su caso.
-Entonces... ¿me podría decir en que antro, donde no hay luz, el servicio es pésimo y el departamento médico no sabe distinguir entre un chorizo de Burgos y un intestino, ando metido?
-Bienvenido al centro psiquiátrico Hermanitas de la caridad